DIA 170 Agustina Piaggio el tango la encontró a ella

En este día, vamos a compartir una entrevista, que realizara Alejandra Lisardo, en el marco de la construcción de la página “100 RG mujeres”, donde pretende documentar la historia de cien mujeres riograndenses, cotidianas, que siguieron sueños, algunas en Río Grande y otras que migraron, pero siempre vuelven y llevan en el corazón esta tierra.

Esta es la historia de Agustina Piaggio

Nació en Río Grande, tiene 29 años y hasta los 18 vivió en esta ciudad. Se crío en el Barrio Perón, sobre la rivera del Grande. Cursó su educación primaria en la escuela Nº10. Cuando tenía siete, u ocho años se fueron con su familia a vivir a Chacra II, pero terminó la primaria en la misma escuela donde comenzó el 1° grado.

A los 12 años comenzó a bailar, y a los 15 conoció el tango y la milonga, aunque estuvo solo tres años bailándolo, fue un amor de los que duran. Ya en el Centro Polivalente de Artes (CPA), donde cursó el secundario descubrió que los talleres de arte eran lo que más le gustaba. Aunque la idea era seguir la orientación de Artes Visuales, por seguir a una de sus amigas terminó anotándose en danza: “ Fue como un juego, por querer estar todas juntas”, recuerda.

Tenían una linda relación con sus profesoras, y mientras bailaba, y hacía la secundaria, a la vez, asistía a un instituto para aprender a hablar inglés.
“Tango” era una de las asignaturas a aprobar. En todo el curso, solo un varón asistía a danza con ellas, así que, como practicaban entre mujeres lo que bailaban era una especie de tango clásico.

Un profesor, la vio bailar y la invitó a la escuela de tango : ”No era algo que yo había salido a buscar, sino que el Tango me encontró a mí”, reconoce.
La familia Piaggio quizás como muchas otras, tenía la tradición de que a los 18 años había que irse a estudiar sí o sí.

Cuando empezó a vivir en Capital Federal, comenzó a frecuentar las milongas, en paralelo estudiaba, con el firme compromiso de cumplir lo que pedía su mamá: que tenga su título. “Sin la ayuda de mi madre no hubiera sido posible lo que logré. Ella me apoyó muchísimo y sobre todo en lo económico que también resulta ser muy importante. Ella siempre me alentó”.

En Buenos Aires, estudiaba y trabajaba en una Escuela Argentina de Tango. Repartía los volantes de la escuela y ellos me dejaban tomar las clases gratis. Así estudiaba y pagaba mis cursos.
Cada vez era más fuerte el deseo de bailar. Trabajaba en la calle a la gorra unas 4 o 5 veces a la semana. Ahí, un músico callejero que tocaba el violín le propuso viajar a Nagasaki, en Japón.

Como parte de la meta, comenzó el engorroso trámite de hacerse un pasaporte. Viajó por tres meses para participar en un parque temático Japón, con un compañero de baile que también era de Río Grande.

“Cuando me sale la oportunidad de viajar, yo ya había tenido cuatro compañeros de baile. Entonces, surgió la oportunidad de entrar a una escuela en Japón. Por 3 años estuvimos bailando en el exterior. Japón es como mi segunda casa, amo esa cultura y me siento cómoda allá”, reconoce la bailarina.

“Siempre soñé mucho con el baile, cada etapa me llevó a ir avanzando, cumpliendo cada objetivo que se me presentaba en el camino. Con mi compañero ruso, mientras íbamos ensayando, me daba cuenta de que era posible, que podía ser realidad. Quedamos, durante dos años entre los primeros cinco puestos: 4º y 5º”, relata.

Ahí, se dio cuenta que debía dejar todo lo demás, para perseguir ese sueño. Y reconoce que el camino estuvo lleno de experiencias, logros y frustraciones. Fue ahí que conoció a su compañero de baile. Se conocieron en Roma donde hay una movida de tango re grande y un muy lindo nivel de bailarines. Él es ruso, y con él fue que decidió apostar al baile otra vez: “Me fui a Moscú. Él tiene su propia escuela en Moscú. La cultura en Rusia es muy disciplinada. El primer año, comenzamos a bailar juntos y participamos en un torneo. Salimos terceros. Entonces decidimos, prepararnos para el mundial. Entrenamos muchísimo. Y fue así que ganamos el primer puesto en el Mundial de Tango”, cuenta emocionada.

Después del logro en el mundial, muchas puertas se abrieron; ella pasó a estar más expuesta y se presentaron más oportunidades.

Agustina, desde cursar en la asignatura de Tango en el CPA, pasó a competir y ganar el Mundial de Tango, representando a su ciudad natal, Río Grande y a toda la Argentina.
Hoy, aunque con humildad, admite que siente orgullo de nunca haberse rendido para alcanzar su sueño, su pasión. No hay arrepentimientos al recordar tantos sacrificios antes de conquistar sus metas. Y tal como lo dice el clásico de Gardel, siempre vuelve a su Río Grande querido.

“A las mujeres de Río Grande les diría que a pesar de las condiciones adversas que tiene a veces la ciudad, que sigan sus sueños. Sigan ese deseo interno que las impulsa a hacer algo. Que el arte, es una posibilidad también, que si eso es lo sienten que aman, que lo hagan. Eso nadie tiene porque pararlo, y si seguir tus sueños implica tener que salir de la isla, también, que lo hagan. Porque siempre se puede volver a la ciudad, pero que lo intenten, que, si se puede”, expresa enfática.

Si hoy tuviera que encontrarse con la Agustina joven, que añoraba bailar, le diría: “Le aconsejaría que siga siendo siempre una soñadora”.
“Y a Río Grande -continúa- le diría que me siento orgullosa de ser riograndense, sureña, que el haber nacido en esta ciudad me llevó a ser una persona luchadora, me forjó a ser quien soy hoy”.


(🎙) Aire Libre FM 96.3: