Reprimir la educación: 51 años de la “Noche de los bastones largos”

Reprimir la educación: 51 años de la "Noche de los bastones largos".

El 29 de julio de 1966, las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente en el episodio que se conoce como la “noche de los bastones largos”. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, enviados por Onganía, quien decretó la intervención a las universidades nacionales y la “depuración” académica, es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores opositores, sin importar su nivel académico.

Cambió el país para siempre: la Argentina que pudo ser, ya no sería. Y la Universidad de Buenos Aires, que vivía entonces una época de oro, jamás volvería a ser la de entonces. A las diez de la noche del viernes 29 de julio de 1966, la flamante dictadura del general Juan Carlos Onganía intervino las universidades argentinas y cargó, a palos y a gases, contra la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA que funcionaba donde hoy se alza la Manzana de las Luces. Los profesores y alumnos fueron apaleados, golpeados, gaseados y vejados, sometidos en el patio central de la Facultad a un simulacro de fusilamiento y detenidos y cargados luego, más de doscientos, en camiones comunes y en carros celulares.

El resultado de aquel ataque fue la renuncia en masa de más de mil quinientos docentes de la Universidad y la mayor emigración de científicos del país, una sangría inicial de trescientos en los días que siguieron a la intervención, que ya no se detendría en los años por venir.

La carga contra la vanguardia científica argentina estuvo en manos de la Guardia de Infantería de la Policía Federal. El jefe de los federales, el general Mario Fonseca, había acordado los detalles de la operación militar con el jefe de la SIDE, general Eduardo Señorans. Los infantes estuvieron al mando del comisario Alberto Villar, que en 1974 sería convocado de nuevo al servicio por el entonces presidente Juan Perón. Villar fue asesinado por Montoneros en 1974 y, según testimonios en el juicio a las Juntas de 1985, su retrato presidía varias salas de tortura del “proceso”.

Fue el inicio del terror en la Argentina, o al menos de una forma del terror. Los largos palos de madera basta que enarbolaron esa noche las fuerzas policiales, hizo que el episodio pasara a la historia negra argentina, astucia de un periodista, como “La Noche de los Bastones Largos”.

Un mes antes del golpe contra la UBA, Onganía y las fuerzas armadas, que entre 1955 y 1966 habían vivido una ficción entre legalistas y golpistas para terminar todos en el golpismo, junto a un numeroso grupo de civiles intelectuales, políticos, integristas católicos, empresarios y economistas, habían derrocado al gobierno del radical Arturo Illia. Había nacido la proclamada “Revolución Argentina”, que aspiraba a veinte años de poder. Por lo menos.

Onganía tomó cuatro o cinco medidas iniciales que pintaron el carácter de su movimiento militar y las botas que calzaba aquel general, definido con desprecio por uno de sus pares como “un general de cuarto grado”. Juró la presidencia y puso por encima de la Constitución al “Estatuto de la Revolución Argentina”. Nadie se había atrevido a tanto. Luego disolvió el Congreso Nacional, destituyó a la Corte Suprema de Justicia, intervino las provincias y prohibió toda forma de actividad política.

La Universidad parecía una isla en medio de la hecatombe. No lo era. El poder militar, pero en particular los civiles que actuaban como sus consejeros, veían la actividad estudiantil de la época y a las universidades como un foco de actividad marxista, “una cueva de comunistas”, según Fonseca. El rector interventor de la UBA nombrado por Onganía, Luis Botet, asumió su cargo con una frase que lo pinta con precisión: “La autoridad está por encima de la ciencia”.

¿Cómo era aquella Universidad que destruyó el gobierno de Onganía? Era la más potente y poblada de las universidades argentinas, sus días de esplendor habían nacido con la gestión de Risieri Frondizi, durante la presidencia de su hermano Arturo; había lanzado exitosas y masivas campañas de alfabetización, había creado las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto de Cálculo y el CONICET (Conaejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas); también había fundado EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires) que con su campaña “Libros para todos”, en pocos años había lanzado al mercado casi once millones de libros a precios muy bajos; regían la autonomía y el cogobierno universitarios, dos conquistas de la Reforma de 1918, y la Facultad de Ciencias Exactas acumulaba el mayor caudal de conocimiento científico del país.

Los palos y el ensañamiento contra esa Facultad tuvieron especial sentido para la dictadura. Va más allá de la leyenda que dice que fue una venganza contra las monedas que los estudiantes de la Facultad arrojaron a los centuriones ni bien despuntaba la dictadura y durante un homenaje militar a Julio A. Roca, vecino en el mármol a Exactas. Para Pablo Penchaszadeh, un sobreviviente de aquellos días, tenía 22 años, y hoy prestigioso zoólogo, especializado en Dinamarca, Estados Unidos y Francia, director de la revista “Ciencia Hoy” (Ver “Exactas exiliada”) “La facultad era la punta de la renovación universitaria; puso a la investigación científica como parte activa de la docencia. Nadie iba allí a “aprender”, sino a investigar; había mucha gente joven al frente de las cátedras, funcionaba “Clementina”, la primera computadora instalada por los británicos, se traían muchos profesores extranjeros. La dictadura llamaba a eso “un reducto comunista”.

La noche del 29 de julio de hace medio siglo, la Guardia de Infantería hizo lo que hasta entonces tenía prohibido: entró en la Facultad al grito de “¡Ataquen!”. Poco antes, el Gobierno había suprimido por ley la autonomía de la UBA. El decano de Exactas, Rolando García, encaró al policía al mando: “¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios”. Le partieron la cabeza de un palazo. Igual suerte corrieron, entre otros muchos, el matemático Manuel Sadosky, los profesores Carlos Varsavsky, director del radio observatorio de La Plata, Félix González Bonorino, un eminente geólogo y Warren Ambrose, docente del MIT de Massachussetts. Ambrose, envió una carta memorable a “The New York Times” en la que relataba el horror que había vivido.

Ahogados por los gases, golpeados por los bastones, rotos a culatazos, estudiantes y profesores pasaron por una doble fila de infantes que replicaron el castigo antes de llevárselos detenidos. Sadosky recordaría años después que fue la primera vez que vio a la policía golpear a mujeres.

Para agosto de ese año, habían emigrado 174 profesores y científicos a América latina, otros 117 se habían ido a Estados Unidos y Canadá y 27 a Europa. El mismo camino siguieron luego centenares de intelectuales y científicos de todo el país.

Cuando la larga noche de la violencia llegaba a su fin, en la revista política “Primera Plana” su jefe de redacción, Julio Algañaraz, hoy corresponsal de Clarín en Roma, recordó la masacre de las htilerianas SS contra sus rivales de las SA en julio de 1934, conocida como “La noche de los cuchillos largos”, y tituló la portada de la revista, foto de un estudiante sangrante con las manos en alto, con la analogía exacta: “La noche de los bastones largos”. Lo demás lo hizo la historia.