Malvinas (o la eterna contradicción)
Año tras año cada 2 de abril los argentinos sentimos cómo uno de los capítulos más crudos de nuestra historia nos golpea en la cara. Una fecha donde una mezcla de emociones nos atraviesa y nos redefine. Un momento en el cual nos esforzamos por querer vivenciar, aunque sea unos instantes, aquellos 74 días de 1982 que elevaron a héroes a 649 connacionales y, que a otros miles, los convirtieron en eternos defensores de una Patria inconclusa.
Opinión – Licenciado Andrés Dachary
Resulta difícil mantener la apuesta, estar a la altura de las circunstancias, poder mirar a nuestros veteranos y a los familiares de caídos a los ojos, y asegurar que desde el lugar que cada uno de nosotros ocupamos en la sociedad estamos haciendo nuestro máximo esfuerzo por vivir en paz, sin armas y principalmente en un país íntegro, dónde el devenir de los hechos de los últimos meses no hace más que poner en duda esto.
Acuerdos internacionales sin ratificación del Congreso Nacional que lesionan nuestra soberanía, facilitamiento a las Islas de su logística a partir del incremento de los vuelos entre Puerto Argentino y el resto del país, avances en la explotación conjunta de hidrocarburos, cooperación pesquera denunciada por los propios malvinenses, fomento a la llegada de cruceros con banderas de colonias británicas a la Capital de la propia Provincia de Malvinas, complementado con un silencio sepulcral de organismos y funcionarios ejecutivos y legislativos con competencia directa en estas cuestiones, no hacen más que ratificar la ausencia de una verdadera Política de Estado en torno al reclamo soberano instituido en la Cláusula Transitoria Primera de nuestra Constitución Nacional, supeditando nuestra única Causa Nacional a intereses económicos o a la mejorara en el vínculo con el Gobierno Nacional.
Estos hechos comprobables, además del daño y divisiones internas que producen, a su vez nos exponen al mundo como imprevisibles, siendo este quizás el peor defecto en el que pueda caer la política exterior de cualquier país. Nuestras acciones y omisiones en torno a Malvinas dependen hoy exclusivamente de la mirada e intereses de los gobernantes de turno y que, con estas contradicciones permanentes, impiden que podamos lograr nuevamente avanzar con el acompañamiento de Latinoamérica y de todo otro Estado del planeta que se oponga a la subsistencia del colonialismo en pleno siglo XXI, desaprovechando además la oportunidad única que nos brinda la coyuntura, en la cual verificamos que se suceden cambios considerados en otros tiempos como “imposibles”.
Uno de los máximos estrategas de la historia universal como lo fuera Napoleón Bonaparte, dijo: “Hay ladrones a los que no se castiga, pero que roban lo más preciado: el tiempo”, y a la Causa Malvinas ya le hemos “robado” décadas producto de la inacción, contradicción, retroceso y oportunismo y han sido escasos los hitos en los cuales hemos sabido construir verdaderos avances en torno a la reincorporación de los archipiélagos a nuestra soberanía.
Nos urge un sinceramiento colectivo, verdaderamente proponernos el desafío de pensar “quéhacer” con Malvinas, ya que las contradicciones han llegado a su propia provincia y en este sentido tenemos una doble responsabilidad por sobre el resto de los argentinos, ya que lo que pase en Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, es, y debe ser, un faro para el resto del país.
Desde el año 2011 la política implementada por Río Grande en torno a las islas, demostró que las ciudades pueden sumar y mucho, buscando inteligentemente nuevos aliados en su cruzada por la Paz en el Atlántico Sur, la no proliferación de armas de destrucción masiva y la lucha contra el colonialismo, conllevando esto a que fuera reconocida a nivel nacional e internacional, y esto nos debe llenar de orgullo a cada uno de nosotros. Pero si buscamos verdaderamente honrar el rango de “Causa Nacional”, y que esto sea el máximo anhelo de cada argentino, recién esto será posible el día en que cada dirigente resigne sus intereses personales por sobre los colectivos, los objetivos políticos sobre los nacionales, y que ya no sea el “rédito” lo que determine el futuro de las Islas.