Reclaman devolución de restos de 33 selk’nam

Entre 2007 y 2013, científicos de la Universidad del Centro de Buenos Aires exhumaron los restos de 33 hombres, mujeres y niños selk’nam que vivieron en la Misión de Río Grande y los llevaron a Quequén para su estudio, junto con muestras de saliva de miembros de la comunidad Rafaela Ishton. El Gobierno provincial autorizó el movimiento de estos restos, pero estableció que debían ser restituidos en 2017. Hasta el momento no han sido devueltos y familiares reclaman por ellos.

A cien años del genocidio que diezmó a casi todo su pueblo, los selk’nam que fueron enterrados en el cementerio de La Candelaria no logran descansar en paz. Una investigación científica liderada por el arqueólogo Ricardo Guichón que en 2007 obtuvo permisos para exhumar los cuerpos de 33 personas y llevarlos a Buenos Aires, aún conserva la totalidad de los restos a pesar de que el plazo para devolverlos, ya está vencido desde hace mucho tiempo.

Con el propósito de realizar una investigación científica, entre 2007 y 2013 un equipo interdisciplinario de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, durante cinco años realizó excavaciones en el cementerio de la Misión Salesiana La Candelaria, donde yace una importante cantidad de hombres, mujeres y niños selk’nam que vivieron en la misión bajo la tutela de los misioneros hasta 1920.

La investigación encabezada por Guichón, fue financiada por organismos estatales, principalmente CONICET y Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y autorizada por los salesianos. Según datos aportados por Guichón a los salesianos en 2017, la misma se encuadra en el Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica N° 0575 del Ministerio de Ciencia y Técnica de la Nación y contando con los permisos del organismo de Aplicación de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur mediante Resolución 167/2014 por el término de 3 años.
En el marco de esa investigación, los científicos realizaron “excavaciones bioarqueológicas de 15 días cada año aproximadamente, en febrero/ marzo del 2007, 2008, 2009, 2011 y 2013, en un sector sin indicación superficial dentro del cementerio, donde se ubicaron enterratorios humanos dentro de cajones de madera”.

Las tareas investigativas, incluyeron también un relevamiento de la superficie del cementerio y con la aprobación de los salesianos, se realizó la digitalización de las fuentes escritas, tanto de los misioneros como de las Hermanas de María Auxiliadora con el objeto “de conservar la información para futuras generaciones”.

Según los investigadores “los restos recuperados en la Misión, se encuentran temporalmente en el reservorio del Laboratorio de Ecología Evolutiva Humana de Quequén en condiciones de preservación, aislamiento y respeto”.

De acuerdo a un informe preliminar dirigido a los salesianos en 2017 y que lleva la firma de Guichón, los restos humanos llevados a Quequén, pertenecen en su gran mayoría a niños y jóvenes menores de 25 años que murieron a causa de enfermedades contraídas por el intercambio cultural con los europeos, como la tuberculosis y la alimentación deficiente.

“Esperamos que futuros análisis de ADN contribuyan a determinar parentesco entre las personas enterradas en el cementerio” dice el informe. Hasta 2017, la única identificación informada en los documentos, permite establecer que la mayoría de los restos pertenecen a “Nativos americanos” aunque dichos estudios aún no habían sido finalizados. “Estamos a la espera de los últimos resultados de ADN mitocondrial, los cuales son esenciales para que la autoridad de aplicación resuelva posibles pedidos formales de restitución a las comunidades que correspondan”, indica el informe.

Identidades

Nadie conoce exactamente la identidad de las personas que fueron desenterradas porque estaban sepultadas sin señal alguna, en una fosa común. Lo único que se sabe, es que los restos que hoy son objeto de estudio, pertenecen a algunos de los selk’nam que vivieron en la misión y cuyas nombres están registrados en las actas de defunción que obran en poder de los salesianos y de las hermanas de María Auxiliadora.

Lo lamentable, es que los científicos pudieron acceder a esos datos, no así la comunidad selk’nam, a quienes siempre se les negó esa información. Es decir que los miembros de la Comunidad Indígena Rafaela Ishton, podrían tener familiares enterrados en el cementerio La Candelaria y no lo saben.

Miguel Pantoja es selk’nam, historiador y miembro activo de la Comunidad Indígena Rafaela Ishton donde trabaja ad honorem en los archivos documentales y la biblioteca. Es el único que pudo confirmar que su tatarabuela Paulina Shesces, muerta en 1922 en la misión, fue enterrada en el cementerio de La Candelaria, al igual que un nieto recién nacido de Paulina, e hijo de la bisabuela materna de Miguel, María Rosario Imperial.

“Para poder realizar este estudio, los científicos se juntaron con gente de mi comunidad un año antes de realizar las excavaciones, no para consultarlos, sino simplemente para informar que iban a hacerlo. Es decir que violaron el protocolo de consulta previa libre e informada, un derecho constitucional que ampara a los Pueblos Originarios”, explica Miguel Pantoja en diálogo con El Sureño.

“Yo me sumé a la comunidad unos años después de que suceda esto, porque estudiaba en Tandil. Me puse a investigar sobre eso y para saber cómo fue posible, pregunté si en el cementerio hay familiares directos o indirectos de la gente de la comunidad, a lo que ellos me respondieron que no. Pero en una conversación con mi abuela materna, ella me comenta que ahí estaba enterrada Shesces. En su memoria tenía el recuerdo de haber ido con su suegra al cementerio de La Candelaria a visitar a su madre. Más tarde logré confirmar ese dato con documentación”.

Miguel explicó, además, que su hermano permitió que los científicos encabezados por Guichón, le tomaran una muestra de saliva para la investigación, tal como lo hicieron otros integrantes de la Comunidad Rafaela Ishton. “Guichón hizo esto con el permiso de los salesianos y nunca tomaron en cuenta la opinión de nuestro pueblo. Muchos no estuvieron de acuerdo, entonces hablaron con los que menos resistencia tenían y hasta utilizó los nombres de algunos de ellos sin su consentimiento, para decir que tenía el aval de nuestra gente”.

“Yo creo que los científicos lo hicieron para no encontrar resistencia ni desaprobación y poder hacer la exhumación. Está la enorme posibilidad de que mi tío abuelo se encuentre entre los restos de los niños que fueron exhumados del cementerio”.

Hasta la fecha, Miguel Pantoja ha realizado reclamos ante los Gobiernos nacional y provincial para recuperar los restos de los selk’nam que fueron llevados a Quequén, sin recibir respuesta alguna y también le ha exigido personalmente al arqueólogo Ricardo Guichón cumplir con la obligación de devolverlos. “Cuando el gobierno autoriza esta investigación les dieron un plazo, y el plazo está vencido. Y ahí está la inoperancia del gobierno que no ha hecho nada para reclamarlos”.

“Que en pleno siglo XXI sigan ocurriendo esta cosas, se violen los derechos humanos y se avasalle a los pueblos originarios es terrible. El genocidio no acabó. Nosotros somos totalmente invisibilizados, silenciados y muchos directamente no nos reconocen como indios. Yo soy un selk’nam contemporáneo. Para la ciencia, nosotros somos sujetos prehistóricos y no nos reconocen como pueblo existente. Piensan que somos un pasado sin presente y que esos restos son patrimoniales. Estamos hablando de personas, no de objetos. Estamos hablando de familia, no de patrimonio”, lamenta Miguel Pantoja al hablar de su pueblo.

Mientras tanto, por estos días, el cementerio de La Candelaria estaría a punto salir del estado de abandono en el que se encuentra desde hace muchos años. La Misión Salesiana junto a la Empresa Total Austral y con la colaboración del servicio penitenciario se encuentran restaurando los cercos, la cruz Mayor y el Pórtico de entrada; trabajos que se estima terminar en el mes de noviembre.

FUENTE: EL SUREÑO